La perfección culinaria en pandemia

Podría escribir muchas palabras valiosas sobre mi esposa, verdaderos portentos interminables, pero caería en lo cliché. Y, como muchos bien saben, no me gusta eso de andar por caminos hipertransitados, no me gusta ser uno más de los que marcaron aquel monótono carril. Y qué decir de lo cursi; esa cursilería, que quede para la privacidad.

En fin, como no puedo o no quiero meterme en esos lugares comunes, me centraré en (dos de) sus habilidades culinarias, a propósito de la sazón —casi en todas sus acepciones: la segunda quiere decir «ocasión, tiempo oportuno o coyuntura»—, en vista de que, pandemia gratias, nos hemos dedicado a ver bastantes programas de cocina —de México, de Chile, de aquí, de allá y de más allá— y de que ayer preparó unos hot cakes de antología. No hay fotos porque creerán que es Photoshop. Discos perfectos, como retocados con compás y alijados en sus bordes; si no fuera por lo esponjoso, en cualquier momento despegarían, piloteados por alienígenas minúsculos. ¡Y el sabor! Envídienme.

Ah, también hablaré de su arroz. Graneado, al dente. ¡Al dente! Perfecto, como para quien únicamente acepta un arroz magnífico. Está lista para preparar risotto. Eso sí, tendré que enseñarle. Lástima que primero es necesario que aprenda yo, aprenda, primero, cómo no hacer un desastre con la textura, además del sabor, claro. Mi habilidad con este platillo del norte de Italia llega hasta la degustación. Capisci?