Es curioso —pero no extraño— que algunas palabras compuestas asuman en su significante («palabra») una, digamos, denotación literal contradictoria con la función o la utilidad que se supone tiene la palabra.
No es extraño porque son los hablantes quienes crean las palabras, y lo hacen a partir de lo que les parece más indicado, bien más sencillo, bien más alentador, bien más asimilable, bien más conveniente… Se me vienen dos ejemplos a la mente:
1. El sustantivo ‘pararrayo(s)’. Este artefacto no para los rayos; los atrae. Claro, con esto evita que se vayan para otros lados, lo cual, de todos modos, dista bastante de «parar» en el sentido de «detener».
Eso sí, como todo en el mundo de la comunicación lingüística, con ciertos recovecos lógicos, semánticos y retóricos en perfecta armonía, sí podríamos pensar que «paran» los rayos, ya que ‘parar’ también significa ‘prevenir’, que a su vez…
2. El adjetivo ‘deslactosado, da’. En general, lo que consumimos (nosotros, los pobres intolerantes) es leche con lactasa (con ‘a’, lac-¡ta!-sa). La lactasa es una enzima que nos permite digerir la lactosa (lac-¡to!-sa), el azúcar natural de la leche. Sucede que muchos dejamos de producir lactasa en algún momento de nuestras vidas. En fin… Así pues, somos timados a diario: consumimos leche «lactasada».
Si usted realmente no quiere consumir lactosa, busque leche «sin lactosa». Así la han llamado. Sí, curioso; es como si, por ejemplo, el adjetivo ‘deshabitado’ no fuera lo mismo que la locución adjetiva ‘sin habitar’.